Por María Eugenia Maurello, colaboradora de Slow Fashion Next.
Entrar a El Almacén de Lulú es, sin dudas, emprender un viaje en el tiempo. Si hay algo que resulta inevitable es atravesar ese living abarrotado de prendas y vibrar con un vestido que hace honor a los años ’60 o enamorarse de otro típico del New Look de los años ’50, e inmediatamente empezar a descifrar los percheros y encontrarse con nombres como Christian Dior, Oleg Cassini y Lilli Diamond, entre otros. Pantalones, abrigos, zapatos, carteras, prendedores, sombreros, originados entre las décadas de 1930 y 1990 conviven, desde hace tres años, en una casona de principios del siglo XX, en la avenida Caseros, en el porteñísimo barrio de San Telmo.
Flavia Giacobone, Lulú, dueña y fundadora del local, declarada fanática de la ropa vintage: ya a los 5 años –sin exagerar- visitaba tiendas de la mano de su madre la reconocida periodista Olga Wornat, que en los años ’80 se aferró al mundo del vintage y empezó a buscar y a coleccionar indumentaria de distintas épocas. Valga el dato: ambas heredaron la pasión; por recuperar y lograr prendas eternas de Dionisia, abuela de Lulú. De fascinarse con ese “plus” que da el vintage, con esa idea de recuperar prendas que ya consumieron energía y materia prima en su hechura durante décadas pasadas y que ahora se las puede usar, remodeladas o resignificadas en este presente.
¿Cómo empezaste con este local?
Se fue dando, no planee demasiado. Vivía en Caracas, Venezuela, y en ese momento mi mamá se desprendió un poco y me dijo que era mi “herencia en vida”. Todo comenzó con una Feria (Porotos Cool), un evento multitudinario con Dj, anticuarios y vintage. Después cuando me mudé a Buenos Aires pensé que mi casa era grande, que el living era perfecto y que había que aprovechar el espacio. Me puse a buscar cosas, a decorarlo, por acá y por allá y así fui armándolo.
¿Qué hace que una persona sea fanática del vintage?
Es un estilo de vida. Se presta atención a los diseñadores. Siempre se miran las etiquetas. Al menos me pasó a mí y a muchos. Empezás a indagar y de repente encontrarás que se trata de un diseñador que en su momento fue icónico. Vas conociendo la historia de la moda. Entonces, cuando seguís en tu búsqueda, y ves la etiqueta te das cuenta que tenés un tesoro. Encontrar un vestido de los años 30 en perfecto estado es una joya. Es como sacarse la lotería.
¿Qué te conmueve en lo cotidiano?
Conocí mucha gente a la que le transmití ese amor y ahora no paran de venir. Funciona y es algo de todos los días. Es una tarea cumplida. Tengo varias clientas que descubrieron el vintage. Transmitir esto a alguien que no tenía idea que existía para mí es genial.
En ese recorrido, en esa especie de búsqueda del tesoro ad infinitum, Lulú lava, plancha e incluso, ella misma remienda alguno de los diseños y cuando lo hace procura poner su alma en ello. Basta con escuchar el relato del trabajo casi curatorial que hace a diario para darse cuenta que ahí está el verdadero valor de este trabajo. De esta tarea que consiste en volver a dar vida a ropas que podrían estar arrumbadas en un baúl o destinadas a quedar en el ostracismo. Nada de eso. En El Almacén de Lulú el vintage y el rehuso, que trae aparejado, trascienden la cuestión estética o hasta si se quiere artística y suma a las distintas opciones para vivir en un mundo más sostenible.
Imágenes cedidas por El Almacén de Lulú.
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