Por Marcela Godoy, colaboradora de Slow Fashion Next

Si bien soy diseñadora industrial de formación, siempre me he sentido atraída al mundo de la moda. Mi madre es modista y como trabajaba en casa, crecí entre telas e hilos viendo como “diseñaba y construía” ropa. Tal era el éxito que tenía su manufactura, que gracias al “boca a boca” su clientela era un variopinto entre vecinas, amigas, destacadas mujeres del mundo de la política y estrellas del espectáculo de la época, de los años 60.

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Imágen: Prendas confeccionadas por mamá, Instagram @marce_slow

Me encantaba ver como sus clientas festejaban y sentían un cariño especial por cada una de las piezas que con tanta dedicación mi madre confeccionaba, después de todo, eran semanas de espera, varias pruebas de calce debían pasar hasta que estuviera terminada la prenda. Por lo mismo, muchas veces estas piezas volvían al taller para ser transformadas o eran dejadas en parte de pago para que les hiciera una nueva, ella las ponía a la venta entre sus clientas, dando de este modo un cierre virtuoso al ciclo de vida de la ropa que confeccionaba. Demás está decir que ya de adolescente muchas veces era yo quien heredaba alguna de estas prendas. ¿Una maravilla de la economía circular no?

Pero a fines de los años 80 fuertes cambios ocurrieron tanto en Chile como en varios países de Latinoamérica: la implementación de políticas de libre mercado y la apertura de las fronteras comerciales, permitieron la entrada y salida de productos sin ningún tipo de regulación y a un muy bajo precio (ya sabemos quién paga el costo real de esto), lo que sumado al fenómeno de la globalización, significó la quiebra y cierre de diversas industrias, siendo las del sector textil la más golpeadas… demasiada competencia, los chinos se comieron la industria nacional.

Y luego llego el Fast Fashion… “la democratización de la moda”. Entonces, mi madre tuvo que adaptarse a esta nueva realidad y paulatinamente dejó de confeccionar prendas, e hizo un giro para convertirse en comerciante y reparadora de ropa, sencillamente no podía, o más bien no contaba con las herramientas que existen hoy para competir. Hasta ahora compra y vende ropa hecha, y le va bien.

Historias como las de mi madre se repitieron en casi toda Latinoamérica, a distintas escalas claro, tanto ella, una trabajadora independiente, como chicas, medianas y grandes empresas del sector, se vieron obligadas a mutar o simplemente cerrar. Hoy, salvo en Argentina y Colombia, la mayoría de los países casi no tiene una industria del vestuario y textil local desarrollada.

Y aquí nos encontramos hoy, en un escenario cuyos protagonistas son las víctimas del fast fashion, quienes cautivados y uniformados con “microtemporadas” de ropa bonita y barata, no se enteran del impacto asociado a lo que les ofrece el escaparate del retail, tanto de Huella ambiental -sobreexplotación de recursos, cambio de uso de suelo, generación de emisiones de CO2 y de residuos, gasto energético, etc.- como de huella del dolor –esclavitud, bajos salarios, sobre horas de trabajo-, dejando además pasar por alto la mala calidad de las prendas que estas empresas les ofrecen, situación que desde mi punto de vista es una franca falta de respeto y viola la confianza que los consumidores depositan en sus marcas.

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Imágen: 5 problemas usuales de la ropa Fast Fashion, Revista Paula, Chile

Nuestra responsabilidad, nuestra oportunidad.

Sin embargo, en este (aparente macabro) contexto, existen oportunidades desde el ámbito del consumo, a través de las cuales podemos hacer que la industria del vestuario y textil vuelva a reactivarse:

1. Más tiempo, más valioso. Ya sabemos que el mercado no volverá a ser el mismo que el de los tiempos de mi madre, ahora el tiempo es un elemento crucial en el momento de la decisión de compra, ya no queremos esperar por comprar, es por esto que es importante determinar como consumidores cuanto tiempo vamos a destinar a esta tarea: no quiero comprar cada tres meses una camiseta.

2. Aprender a comprar. Es tanto lo que se ha ampliado la oferta, que se esta haciendo necesario informarse y acceder a herramientas concretas que faciliten tomar decisiones de compra. De esto pronto tendrán noticias mías! 🙂

3. Pensar global y actuar local. Este súper manoseado concepto se hace tremendamente significativo puesto que si hay algo que caracteriza a la moda es el concepto de identidad, reflejo –artístico, material y tecnológico- de la cultura de una región, eso queridas lectoras, la industria de la moda rápida no lo puede hacer.

Hablaremos con mas profundidad de estos conceptos en publicaciones posteriores, por ahora, quisiera agradecer a Gema Gómez por invitarme a ser colaboradora de Slow Fashion Spain. Como han visto, mi misión aquí será reflexionar sobre la importancia de ser un consumidor informado y de la responsabilidad que tenemos en forjar un cambio hacia un modelo sostenible.

Hasta la próxima!

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